jueves, 6 de mayo de 2010

HISTORIA


Miriam, sabes perfectamente lo que debes hacer, no dejes que todo ese odio te queme el alma, porque sabes que no puedes seguir así toda la eternidad.
Juan tenía razón, no podía seguir como un alma en pena por todos los rincones, sólo porque aquel mortal me había abandonado por su Julieta. Yo sabía perfectamente cual era la venganza que debía ejecutar.
-No debes ser compasiva con los mortales y menos con los que te hacen daño, lo sabes.
-Lo sé – le dije, me acerqué a él y le abracé.
Mi dulce Juan, siempre había estado conmigo, desde el principio. Aunque ahora sólo fuéramos amigos, no podíamos vivir el uno sin el otro. Él me convirtió en lo que ahora soy, y creó este lazo indestructible que nos une eternamente. Pase lo que pase, Juan siempre estará aquí conmigo, a mi lado. Y sé que él tiene razón cuando me dice que, o olvido a ese simple mortal o le sirvo la venganza en un plato muy frío.
- Pero tendrás que ayudarme – le dije.
- Lo sé, y sabes que lo haré, mi dulce Princesa.
Me encantaba que me llamara así, cuando esa palabra salía de su boca, sentía que nada podía separarme de él.
- Entonces lo haremos esta noche. – le anuncié.
- ¿Estás segura?.
- Completamente. Quiero que este fuego deje de quemarme el alma, quiero dejar de sentirme triste y desolada, quiero recuperar mis fuerzas, por eso tiene que ser esta noche, no quiero demorarlo más.
- Entonces será esta noche – sentenció mi amado Juan.
Le conté cual era mi plan y tras eso salimos a buscarle.
El mortal estaba cenando con su Julieta en un romántico restaurante del centro de la ciudad. Reían felices y ajenos a lo que les esperaba. Juan y yo entramos en el restaurante. El mortal me reconoció nada más verme. Como no iba a hacerlo, hasta hacía un par de semanas habíamos compartido la misma cama varias noches. Me había susurrado al oído que me amaba, que yo era única y especial. Pero ahora estaba en aquella mesa, acariciando la mano de aquella Julieta, diciéndole que la amaba más que a nada en el mundo. Y mi corazón se quemaba oyendo aquello.
- Tranquila. – me susurró Juan al oído, al ver que aquellas palabras me corroían.
Nos sentamos en una mesa, cercana a la de ellos. Juan se puso dándoles la espalda, frente a mí. Yo podía verles perfectamente desde mi sitio. Un camarero se acercó a nosotros y nos dio la carta.
- ¿Desean tomar algo?
- Dos cafés, muy calientes – pidió Juan. Evidentemente no nos los tomaríamos, pero debíamos tratar de aparentar la máxima normalidad posible.
Juan abrió la carta y empezó a leerla (en realidad no la leía, trataba de escuchar y sentir los pensamientos del mortal y su Julieta), yo hice lo mismo.
Cuando nos trajeron los cafés, el mortal pidió la cuenta. El camarero nos preguntó que íbamos a cenar.
- Todavía no lo tenemos decidido – dijo Juan - ¿verdad, querida?
Afirmé con la cabeza, y el camarero abandonó nuestra mesa.
El mortal dejó el dinero en la bandejita que el camarero le había traído la cuenta, y él y la chica se levantaron de la mesa. Juan y yo esperamos a que salieran del local, entonces también nosotros abandonamos el local.
Les seguimos, hasta que al llegar a una oscura y solitaria calle le dije a Juan:
- Ahora.
Ambos empezamos a volar a gran velocidad, en cinco segundos los atrapamos. Yo cogí a la chica, rodeándola con mis brazos por la cintura. Juan cogió a Othello (mi dulce mortal), aunque este intentó zafarse de sus brazos, pero sin éxito. Juan se situó frente a mí, con Othello delante de él, sujetándolo fuertemente por el cuello.
Yo, sin soltar a Julieta, incliné su cabeza hacía la derecha, y con furia clavé mis dientes en su cuello.
- ¡Noooooooooo! – gritó Othello en un aullido ensordecedor.
Empecé a succionar con fuerza. Y la vi a ella en la cama, con mi dulce Othello entre sus piernas, desnudos ambos, él bombeando contra ella, sudorosos los dos. Les vi jurándose amor eterno.
Miré a Othello, sus ojos vidriosos parecían mirarme con odio, mientras un par de lágrimas rodaban por sus mejillas. Sentí su dolor y el mío, y no puede evitar sentirme triste. Seguí succionando, quitándole la vida a Julieta, para llenarme con esa vida. Sentí las calientes lágrimas de sangre saliendo de mis ojos. Aquello era una locura, pero era mi locura, estaba loca de amor por aquel mortal.
Sentí el último suspiro de vida de Julieta, pasando a través de mis venas y la solté, dejándola caer al suelo, ya moribunda. Me abalancé sobre mi amado Othello y clavé mis dientes en su cuello. Juan le soltó. Othello trató de apartarme sin conseguirlo, mientras gritaba:
- ¡Noooo! ¡Noooo! ¡Déjame!.
Pero no le hice caso, succioné su sangre igual que había hecho con la de Julieta, y de nuevo la vi a ella, pero también me vi a mí, y a él. Los dos en la misma cama, amándonos, su sexo dentro del mío, sus manos acariciando mis senos, sus labios besando los míos y su voz susurrándome al oído: "Te amo". Le solté en ese instante, me mordí la muñeca y la acerqué a sus labios:
- ¡Bebe! – le ordené.
- ¡No, Miriam, no me hagas esto! – suplicó él, mirándome con compasión.
- ¡Bebe, condenado mortal! – grité enfurecida, poniéndole mi muñeca sobre sus labios para obligarle a succionar.
Bebió hasta que aparté la muñeca de sus labios. Tras eso, Othello cayó al suelo retorciéndose, sintiendo como su cuerpo moría para volver a renacer como un inmortal. Juan se acercó a mí y me susurró al oído:
- Muy bien Princesa, muy bien. – Su mano acarició una de mis nalgas. Sus labios besaron mi cuello desnudo y una corriente eléctrica recorrió todo mi cuerpo.
El deseo empezó a surgir en mi, así que arrastré a Juan hacía la pared, él se dejó arrastrar por mí, sabía perfectamente lo que quería de él. Sabía que necesitaba aquello y se dejó hacer. Cuando mi cuerpo se pegó al suyo, su sexo ya estaba totalmente erecto. Así que con suma rapidez ambos nos desnudamos.
- ¡Gina! – gritó Othello.
Pero no le escuché, ya no podía escucharle. Mi corazón ya no le pertenecía, ahora era de Juan, mi dulce Juan, mi oscuro príncipe. Su sexo erecto, expuesto ante mi, parecía pedirme que lo devorara, así que acerqué mi boca a él. Juan puso sus manos sobre mi cabeza, mientras su mirada se perdía sobre Othello.
- ¡La has perdido, condenado imbécil! ¡Las has perdido a ambas! ¡Te advertí que no le hicieras daño a mi princesa o lo pagarías caro! ¡Ja, ja, ja, ja! – su risa sonó como un estruendo en mis oídos, mientras mi boca se cerraba sobre su erecto pene y empezaba a succionar.
Mis colmillos se deslizaron suavemente sobre la caliente carne, y Juan se estremeció. Seguía riendo, mientras yo podía comprobar que dejaba de sentir los pensamientos de Othello; ya era un vampiro casi por completo, y sus pensamientos se cerraban para mí, su creadora.
Me concentré en darle placer a Juan, acaricié sus huevos, mamé su polla y la saboreé.
- ¡Ven Princesa! – me pidió Juan, haciéndome poner en pie.
Me cogió por la cintura, me elevó frente a él, aupándome, y me dejó caer sobre su pene erecto, altivo, llenándome por completo. No abrazamos. Sus labios se posaron sobre mi cuello y los míos sobre el suyo. Comencé a moverme sobre su pene erguido, mientras él me sujetaba por las nalgas, ayudándome a subir y bajar. Yo me apretaba contra él una y otra vez, sintiéndole, llenándome de él. Mi cuerpo estaba ansioso de sentirle, de amarle como hacía mucho tiempo que no le amaba. Nos miramos a los ojos. Y él me dijo:
- Te amo, Princesa, te amo.
- Te amo, mi oscuro Príncipe - le correspondí.
Ambos nos habíamos olvidado ya de Othello, que estaba sentado en un banco, dándonos la espalda, a unos metros de nosotros.
Me sentía llena, y amada, mientras ambos gemíamos y nos estremecíamos de placer, sintiendo la pasión que destilaban nuestros cuerpos. Una pasión única, que sólo podíamos sentir con alguien de nuestra especie.
- ¡Noooooo! – gritó Othello desde el banco, probablemente estaba sintiendo la pasión que había entre Juan y yo en ese momento, descubriendo que mi amor por él estaba muriendo dentro de mí y quemándole su corazón.
Yo seguía cabalgando sobre el erecto pene de mi amado Juan, el fuego de la pasión recorría nuestros cuerpos y nos quemaba dentro. Sentí como su pene se hinchaba dentro de mí, mientras mi vagina le estrujaba. Nuestros movimientos se hicieron vertiginosos y en pocos segundos su esencia se derramó en mi, a la vez que mi cuerpo estallaba en un demoledor orgasmo. Cuando dejamos de convulsionarnos, él me posó sobre el suelo, nos abrazamos y mirándonos a los ojos nos dijimos al unísono:
- Te amo.
No vestimos, y entonces, Othello, sentado y abatido sobre el banco, me preguntó:
- ¿Por qué? ¿Por qué me has hecho esto?
- Porque quitarle la vida a ella y condenarte a ti a la vida eterna era el mejor castigo para reparar el daño que me has hecho.
- Sabes que no lo hice queriendo.- se justificó.
- Si, pero te advertí que amar a un vampiro es duro. Que debía ser para siempre o no podría ser.
- Lo sé, pero no podía amarte eternamente. Lo sabes.
- Lo sé, en el fondo la culpa es mía. No puedo pedirle lo eterno a un simple mortal.
Ambos nos echamos a llorar. Juan que estaba junto a mí, me cogió de la mano y me dijo:
- Vamos, vámonos de aquí.
- ¿Y él? – le pregunté – Sabes que sin nosotros no podrá sobrevivir.
Juan se acercó a Othello y le tendió la mano.
- Anda, vamos, tienes muchas cosas que aprender y seguro que pronto encuentras alguna mortal que te ame eternamente.
Othello se levantó, Juan volvió junto a mí, pasó su brazo por detrás de mis hombros y empezamos a caminar, unos pasos más atrás Othello nos seguía, abatido, mirando el cuerpo inerte de Julieta. Juan me miró, adivinando lo que estaba pensando (él no podía leer mis pensamientos por ser mi creador) y el cuerpo empezó a arder, desvaneciéndose en pocos segundos. Y juntos los tres nos perdimos en la oscura noche.

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